7 mar 2012

Civis Aranjuez

Las personas suelen correr más cuanto más cerca se encuentran del tren que no les espera. Los miro desde el otro lado del cristal de esta ventana, los miro como si el resto del mundo que no está aquí dentro conmigo fuese el fondo de una inmensa pecera.

Y el pitido que alerta del final del tiempo escupe al aire la rápida indecisión de elegir si entrar por una u otra puerta. Todo es una opción, y lo que nos espera dentro siempre es una estúpida sorpresa.

Mientras yo escribía sobre el destino en los vagones, sobre el amor que tarda en crecer lo que un tren tarda en recorrer el tramo entre dos estaciones, las puertas se abrieron de nuevo otra vez y entonces el agua me arrastró dentro. Y dentro estabais tú y tus piernas cruzadas, dentro, con tu tranquilidad apoyada en un asiento de plástico y tus dedos agarrados a una lección muy aburrida de más de doscientas páginas.

Te miré atado al silencio de la respiración de una ballena. Tres paradas después desapareciste y te llevaste mis palabras enredadas en la vergüenza de mi lengua. Lo normal era ver cómo iba a no volver a verte, lo extraño, que dos días después volvieras.

Y volvieron tus brazos abrazando el desorden que habita en tu bolso, el calor de un abrigo constipado y el azul de los papeles que guardabas en tu carpeta. Y sin quererlo todo pasaba en el mismo orden en que se escribían estas letras; la sorpresa en el vagón, tres paradas de estación...volverte a ver sin que me vieras.

Las personas suelen correr más cada vez que ven su tren más cerca. Yo no corrí y ahora sólo tengo la carcajada que me provoca recordar el cruce de tus piernas...

Qué bueno sería verte otra vez. Verte de nuevo y callar el silencio que respira la ballena. Verte y contarte sin voz todo esto que es destino fatal y casualidad pasajera. Verte y, por primera vez, verte y que tú también me vieras. Y reírnos de los trenes y tirarnos al fondo de esta pecera.

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