8 mar 2012
Sueño
7 mar 2012
Civis Aranjuez
Las personas suelen correr más cuanto más cerca se encuentran del tren que no les espera. Los miro desde el otro lado del cristal de esta ventana, los miro como si el resto del mundo que no está aquí dentro conmigo fuese el fondo de una inmensa pecera.
Y el pitido que alerta del final del tiempo escupe al aire la rápida indecisión de elegir si entrar por una u otra puerta. Todo es una opción, y lo que nos espera dentro siempre es una estúpida sorpresa.
Mientras yo escribía sobre el destino en los vagones, sobre el amor que tarda en crecer lo que un tren tarda en recorrer el tramo entre dos estaciones, las puertas se abrieron de nuevo otra vez y entonces el agua me arrastró dentro. Y dentro estabais tú y tus piernas cruzadas, dentro, con tu tranquilidad apoyada en un asiento de plástico y tus dedos agarrados a una lección muy aburrida de más de doscientas páginas.
Te miré atado al silencio de la respiración de una ballena. Tres paradas después desapareciste y te llevaste mis palabras enredadas en la vergüenza de mi lengua. Lo normal era ver cómo iba a no volver a verte, lo extraño, que dos días después volvieras.
Y volvieron tus brazos abrazando el desorden que habita en tu bolso, el calor de un abrigo constipado y el azul de los papeles que guardabas en tu carpeta. Y sin quererlo todo pasaba en el mismo orden en que se escribían estas letras; la sorpresa en el vagón, tres paradas de estación...volverte a ver sin que me vieras.
Las personas suelen correr más cada vez que ven su tren más cerca. Yo no corrí y ahora sólo tengo la carcajada que me provoca recordar el cruce de tus piernas...
Qué bueno sería verte otra vez. Verte de nuevo y callar el silencio que respira la ballena. Verte y contarte sin voz todo esto que es destino fatal y casualidad pasajera. Verte y, por primera vez, verte y que tú también me vieras. Y reírnos de los trenes y tirarnos al fondo de esta pecera.28 feb 2012
Romancero antibiótico
Pastillas, pastillas de caldo de pollo para los virus de esta mañana. Y que se atrevan las hadas a molestar mi respiración con sus purpurinas del invierno. !No lo consentiré! Yo soy el señor de mi propio castillo de almohadas, el alquimista del calor que se congela y tirita bajo las sábanas. ¡A mi estornudos! ¡A mi batallones de legañas! Que yo soy el caballero del pañuelo, el guerrero que late bajo esta cota de manta. ¡A mi virus! ¡A mí la febril sensación de no querer hacer nada más que nada!
Y en las horas contadas, en este silencio que escapa gritando por la ventana, mi alma se me olvida, se me marchitan los ojos y mi nariz ¡por oler!, ya no huele nada. Y los tics del reloj, y los tacs de mi espalda, los vapores del salón y el silencio de la migraña.
Pastillas, ¡pastillas de caldo de pollo! Y que se atreva el mundo a cambiar de estación. ¡Yo hoy me quedo defendiendo mi salón! con mi cojín como escudo, luchando a quejido y espada. ¡Yo el caballero del efluvio, yo el héroe de la destemplanza! Hoy me quedo recostado sobre mi caballo, que mañana...mañana será mañana.
(A David Moralejo, por inspirarme en estos ratos de 23)
24 feb 2012
18 canciones después
Llegué a la mesa de nuestro primer café con dos mil días de retraso, tú tenías las ideas revueltas y yo música entre los labios. Te marchaste, pero ya no volviste a desaparecer, luego tuvieron que pasar cuatrocientas madrugadas para conocernos entre cuatrocientas conversaciones que no se podían ver.
Después llegaron treinta mil kilómetros de desiertos de nubes y agua, la nostalgia de tu voz a la hora de comer. Las ganas de besarte guardadas en una carta, la prisas enlatadas, la prisas por volver.
Y tras el insomnio de los aeropuertos llegaron los besos y tus costillas. Mil cigarros, mil colillas, las esperas en la noche y las carreras que nunca te crees. Y pasó tu respiración debajo de las sábanas, y pasaron tus manos debajo de mi piel. Y cuando todo hubo pasado, llegaron los poemas y las canciones, los osos polares, los paseos del parque, las cuerdas de la guitarra, las aceras y las palabras, pasó todo y nada se fue.
Y con dos mil días de retraso aún me gustas cuando dices que ya nunca me crees. Y treinta mil kilómetros de adelanto y 18 canciones después, te miro, me miras y nos miramos. Nos miramos sin vernos y soñamos...¡qué bonito es cuando sueñas que me quieres volver a ver!